martes, 9 de noviembre de 2010

Artigas y el Federalismo

“(...) El centro del pensamiento provincial estaba en la defensa de la autonomía de las provincias y en la repartición de los beneficios que obtenía el puerto de Buenos Aires entre todas ellas. Esas rentas, que eran nacionales (porque las provincias ‘contribuían a formar el volumen total del comercio que pasaba por Buenos Aires’), debían tener un destino nacional, cosa imposible de conseguir si continuaban dominadas por el grupo unitario porteño. Por eso las provincias se vuelcan al federalismo. Esta doctrina les ofrecía la formación de la nación respetando las particularidades provinciales, e integrado las provincias en un organismo armónico donde no existían provincias pobres y provincias ricas, provincias subordinadas y provincias directoras. El objetivo no consistía en segregarse de Buenos Aires (ya lo dijimos: solas no podían sobrevivir) sino en apoderarse de Buenos Aires y nacionalizarlo, para que sus ingresos beneficiaran a todo el país. Para el federalismo provincial el problema de la organización nacional se enfocaba desde el punto de vista de los intereses provinciales y locales. De allí las diferencias de los partidos federales según la provincia. Pero todos coincidían en que las diferencias económicas regionales sólo podían ser subsanadas con un organismo federativo que comprendiera a las provincias en pie de igualdad, y donde el poder central fuera el resultado de su directa intervención. De esa manera no habría privilegios para unas y no para las otras, y el desarrollo del país sería encarado con una visión nacional (y aún nacionalista).
Como se puede apreciar, la doctrina federal era, tenía que ser, radicalmente opositora a la política unitaria. Era el reclamo de una política nacional frente a otra política no-nacional, la preocupación por las realidades locales –que eran naturalmente las que más les concernían porque las tenían delante-, delegadas a un organismo conjunto habilitado para resolverlas, frente a la preocupación y el interés particulares de los porteños. Estos tenían cultura, ideología importada, medios financieros. Los provinciales surgieron a la vida política munidos de un conjunto de ideas espontáneas, nacidas de su propia realidad de todos los días, sin alcanzar en muchos casos desarrollo orgánico suficiente para convertirse en una doctrina. Sin embargo, y quizás a causa de eso, éste era el pensamiento nacional, y el otro el extranjerizante. El aislamiento provincial, la dispersión de la población, las dificultades económicas, la tradición localista española, todo conducía al federalismo. Les faltaba un conductor y un organizador nativo: lo encontraron en Artigas.”
(Fragmento de “Bases Económicas de la Revolución Artiguista” de Barrán y Nahum, 4ª ed.: 1972)




“(...) Artigas toma a ‘los pueblos’ por centros de reasunción de la soberanía devuelta por la caída del Virrey, pero no se queda ahí, en esa multitud de soberanías dispersas que pulverizarían la autoridad, sino que arranca de ellas para construir su edificio institucional: los pueblos de cada región (los de la Banda Oriental, como surge del artículo 7º de las condiciones del 4 de abril de 1813; los de la zona de Corrientes, como puede verse en su nota al Cabildo de dicha ciudad de 28 de Abril de 1814, etc.), formarían, mediante pacto celebrado entre todos ellos, unidades mayores, o sea Provincias, y éstas se proclamarían soberanas por recibir la suma de las soberanías particulares de los pueblos, y celebrarían a su vez un pacto, liga o confederación permaneciendo entre tanto soberanas entre sí. En una ulterior etapa, elaborarían una constitución, y esta constitución que refundirla en un solo Estado las soberanías locales de las Provincias, creando –lo que no ocurre en una Confederación- un Gobierno Supremo o Central, pero respetando la existencia de esferas de gobierno propio en cada una de esas Provincias, manteniendo una fuerte descentralización del poder, que seguirá reteniendo la mayor parte de sus facultades en manos de cada una de ellas mediante la transformación de las primitivas soberanías provinciales, propias de un régimen de confederación en otras tantas autonomías provinciales, propias de un Estado Federal, sería, efectivamente una constitución federal (...)
(...) Recapitulando, el proceso político concebido por Artigas presuponía que el Río de la Plata recorriera las siguientes etapas, que hoy el análisis histórico puede discriminar y agregarle algún nombre para distinguirlas, utilizando para las demás los mismos nombres puestos por el propio Artigas a los actos que respectivamente las traducían:
1ª etapa de la Revolución: soberanía particular de los pueblos.
2ª etapa de la integración (palabra que proponemos para caracterizarla): los pueblos, mediante un primer pacto, constituyen provincias, que absorben las soberanías particulares.
3ª etapa del pacto: las Provincias, celebrando entre sí pactos o ligas, crearían una Confederación, que dejaría a cada provincia como soberana, delegando en el ¿Soberano Congreso General de la Nación’, solamente la gestión de las relaciones exteriores, guerra y comercio, como lo hicieron al confederarse los Estados norteamericanos.
4ª etapa de la constitución: esta etapa sobrevendría ‘terminada la guerra’, como se expresa en el proyecto de tratado entre Artigas y los delegados del Directos Supremo Posadas, Amaro y Candioti, en un documento que no incluímos aquí por no alargar esta publicación; y la constitución organizaría un Estado Federal, es decir, que refundiría en una sola soberanía las hasta entonces diferentes soberanías provinciales (...)”
(Fragmento de “Valoración de Artigas” de Eugenio Petit Muños, 1950)
EL ARTIGUISMO Y EL PATRICIADO

Cuando Artigas inició en 1811 el levantamiento oriental, lo más nutrido del Patriciado de origen americano acudió junto a él o se solidarizó, de más lejos con el hecho.
(...)
Con todo, la realidad no se dio de modo tan esquemático y se es posible hacer algunos distingos, (...) Se sabe, eso si, que junto al Precursor acudió el grueso de la clase dirigente estanciera, saladera y eclesiástica, (...) El apoyo de los estancieros, -...- tuvo (...) motivos y hasta urgencias bien precisas: resistir a los pesados tributos exigidos por Montevideo para la lucha contra la Junta de Buenos Aires; evadir la nueva ‘ordenación de los campos’ y la revalidación de los títulos que las autoridades españolas pretendían imponer. Formando los ganaderos junto a Artigas, como ya se ha observado, lo hacían en torno a un hombre de su plena confianza y al que acababan de premiar poco antes por sus éxitos militares en la pacificación de la campaña. Igual ocurría con los saladeristas, estancieros la mayor parte de ellos y muy dependientes todos de la prosperidad del interior. Los clérigos de origen nacional y hasta algunos españoles se alinearon también junto a Artigas (...)
Con el núcleo comercial dirigente montevideano sería una historia distinta. Español en su gran mayoría, permaneció buena parte de él junto a España hasta 1814, resistió con todas sus posibilidades al artiguismo ocupante de los años siguientes y se adhirió a la Cisplatina desde 1817.
(...)
Es seguro, sí, que las características que el artiguismo portaba: desorden inmediato, irrupción física del campo en la ciudad, política agraria, presencia de las clases desposeídas, alardes igualitarios tuvo que distanciar al Patriciado montevideano del Jefe de los Orientales y preparar la hostilidad que siguió.
1815 es un año capital para estudiar, rastreando a través de hechos muy mal conocidos, esta enemistad recíproca, larvada primero, desembozada después, entre Artigas y el Patriciado montevideano.”
(Carlos Real de Azúa, “El Patriciado uruguayo”)



BASES SOCIALES DEL ARTIGUISMO

“El resultado del armisticio es el éxodo: la retirada de la entera fuerza militar que reconoce como jefe a Artigas y del 80% de la población de la campaña oriental al interior de Entre Ríos. El éxodo del pueblo oriental consolida definitivamente el liderazgo de Artigas y significa un nuevo avance en la creación de un movimiento apoyado tan sólo por la plebe campesina: en la comitiva del éxodo se incluyen hacendados que abandonan sus tierras no sólo con enteras tropas de carretas, sino también con coches y esclavos, que son el signo de una riqueza no limitada a la posesión de vastas tierras 8por otra parte, algunos de los grandes hacendados que creyeron poder quedar en la campaña oriental bajo la protección portuguesa fueron bien pronto brutalmente desengañados por la rapacidad del ocupante). Pero en la universal penuria del campamento de Ayuí, esa riqueza que en el pasado los había hecho poderosos en la campaña supone poco más que la posiblidad de escapar en algo a los rigores de la miseria común. Sin duda, el retorno a las tierras orientales (hecho posible por la negociación de la retirada portuguesa, emprendida a desgano por Río de Janeiro, bajo presión británica) limita los efectos del éxodo, pero la fisonomía del movimiento artiguista ha quedado marcada por éste, y es confirmada mediante la utilización masiva de los escasos recursos humanos para contrarrestar la inferioridad en armamentos que acrece la gravitación de los marginales de la campaña, desde esa población itinerante que seguía siendo abundante en ella, hasta los indios, que Artigas había procurado sistemáticamente incorporar a su séquito. En una campaña cuya población acaso no excede los 10000 habitantes. Artigas ha movilizado 4000 soldados en 1811 y dispondrá de más de 6000 (entre los cuales, sin embargo, la parte de elementos ajenos a la Banda Oriental –en primer término indios misioneros- es considerable) en 1816, esa vasta movilización hace imposible cualquier normalización económica de la campaña mientras dura la guerra (aunque Artigas -...- ensaya atenuar los efectos negativos de la militarización sobre la economía).
Tulio Halperin Donghi, “Revolución y guerra”