martes, 12 de octubre de 2010

La independencia de Uruguay. Diferentes interpretaciones

“Nuestra independencia vista como problema, lo ha sido en dos sentidos. Uno histórico, en cuanto interpretación del pasado: del proceso que condujo a ella, de sus figuras y episodios esenciales, especialmente –aunque no únicamente- de la personalidad de Artigas y el significado del 25 de Agosto. Otro político, en cuanto diagnóstico del presente y previsión del futuro: posibilidad o capacidad del país para mantener su lograda condición de independiente.
Esos dos sentidos configuran en realidad dos problemas. No son el uno separable en absoluto del otro: por algo sus respectivos planteamientos han andado a veces mezclados. Pero sí discernibles, y a medida que pasa el tiempo, cada vez más autónomos.”
(Arturo Ardao, en Cuadernos de Marcha, Nº4, Montevideo, agosto de 1987, p. 83)

“La nacionalidad uruguaya está prefigurada desde los orígenes de nuestra formación social. En las páginas de ‘Raíces coloniales de la revolución oriental de 1811’ hemos estudiado ese proceso histórico: la influencia preponderante para precipitar un destino particular y una vida propia a esta región del Plata, ejercida por el puerto de Montevideo, sus gobernadores y cabildantes. (...)
El Virreinato del Río de la Plata, creado en 1776, no llegó a ser nunca una realidad política y administrativa. Nació tardíamente para unificar territorios cuya existencia social y económica se había desarrollado bajo el impulso de ciudades hegemónicas como Montevideo y Asunción. El Virreinato no pasó de ser una denominación teórica. Esa es la ‘patria grande’ que nunca existió, cuya fragilidad pusieron de manifiesto la lucha de puertos, las disputas suscitadas después de las invasiones inglesas y la Junta montevideana de 1808, que no hizo otra cosa que rubricar una escisión platense prefigurada desde la fundación de Montevideo. (...)
La cruzada de 1825 reanudó la lucha por la independencia. (...) Los actores de la revolución de 1825, en la lucha por arrojar del país a los usurpadores del territorio patrio y recobrar su independencia, no enajenaron ni comprometieron su soberanía por ninguna declaración. (...) Los vínculos con las Provincias Unidas ya no existían, Razones circunstanciales de orden político, militar y económico pudieron impulsar a los dirigentes de 1825 a proclamar la unidad, pero los hechos nos dicen que cuando Rivadavia y sus agentes pretendieron anular el gobierno propio que la Provincia Oriental se había dado y hacer efectiva esa unidad, se había dado y hacer efectiva esa unidad, se produjo la reacción de 1827 que restauró el carácter originario del movimiento coronado en 1828 por la paz, que reconoció nuestra independencia del Brasil y de las Provincias Unidas.”
(Juan Pivel Devoto, en el Prólogo de la selección de textos de Bauzá y otros bajo el título de “La independencia Nacional”. Montevideo, bib. Artigas, 1975. Colección Clásicos uruguayos. Vol. 145)



“En cuanto a los orientales, sus tradiciones eran eminentemente feudalistas, y a la enorme influencia de ellas no habían escapado ni los jefes militares que con Lavalleja y Rivera a la cabeza proclamaban la incorporación incondicional, ni los hombres civiles que en la Asamblea de la Florida se encargaban de sancionar ese voto. Pero a la vez constituían un pueblo de acentuada fisonomía propia, que había sido el punto de arranque del movimiento democrático del Río de la Plata. (...)
Acordarles la independencia no era darles una cosa nueva, sino una cosa que ellos tenían conquistada en buena lid, aunque subordinándola plenamente al régimen federal, del que sólo se habían separado de hecho, mientras no obtuvieran la unión a base de instituciones, única que admitían.
Al tiempo de firmarse, pues, la convención de paz los dos grandes contendientes de Río de Janeiro y Buenos Aires tenían agotadas su fuerzas y recursos, y estaban dominados por la influencia inglesa que los obligaba a reconocer la independencia de la Provincia Oriental. (...)
La convención de paz limitábase, pues, a consagrar un hecho que ya existía por obra de las fuerzas vivas de la provincia, sin que esto importe desconocer que la opinión general, movida todavía por el grande y genial impulso de Artigas, habría optado, dentro de un ambiente de plena libertad, por la reincorporación a las Provincias Unidas, en la forma y con las condiciones que en su caso hubiera prestigiado el Jefe de los Orientales y Protector de los Pueblos Libres, a la sazón proscripto en Paraguay.”
(Eduardo Acevedo, “Anales históricos del Uruguay” Tomo 1. Montevideo, Ed. Barreiro y Ramos, 1933. pp. 315-316)



“Hemos de comenzar adelantando que es nuestra firme convicción la de que la conciencia patriótica de la cruzada de los Treinta y Tres, que nos ha de servir para interpretar las actas del 25 de Agosto, es todavía la del patriotismo rioplatense, con una fuerte dominante local encarnada en el espíritu oriental, pero no era todavía una verdadera conciencia nacional uruguaya. Los próceres de 1825 permanecían en esto fieles a la tradición artiguista. (...)
Pero el localismo de la Provincia Oriental, perfilado frente a Buenos Aires, en Montevideo a consecuencia de la lucha de puertos desde la vida colonial, y en la campaña por obra del espíritu de cohesión que le prestaron las luchas del período artiguista, (...) había creado un nuevo subconsciente social, una conciencia nacional que aún no se reconocía a sí misma pero que estaba pronta a despertar, y con cuya sustancia (...) cada vez más madura y perceptible, trabajarían dos años más tarde la mediación inglesa y los afanes de Don Pedro Trápani, y del mismo Lavalleja, ya lúcidos ambos, en el sentimiento de la nueva patria de que al fin, y contándola mismo Trápani entre los primeros, acabaría por tomar conciencia.”
(Eugenio Petit Muñoz, “Significado y alcance del 25 de agosto”, en Cuadernos de Marcha Nª 19, Montevideo, noviembre 1968)



“Desarticulando la tesis en sus elementos (se refiere a las corrientes nacionalista y unionista que engloba en una ‘suerte de tesis oficial’) podría decirse que ella implica:
a) la tendencia a la datación remota o arcaizante de la voluntad independentista y autonomista;
b) el rechazo de su índole superviviente y el énfasis antagónico en su fijeza desde los orígenes;
c) la identificación de ‘ localismo y ‘nacionalismo’
d) la unanimidad o cuando menos la aplastante mayoría del querer independentista en condiciones de alta invariabilidad.”

(Carlos Real de Azúa, en Cuadernos del CLAEH, Nª 42, Montevideo, octubre de 1987.)




“Los nacimientos en todos los planos deciden. Y bien, a tono con la moda, es forzoso comenzar por el trauma del nacimiento uruguayo. No hay uruguayo que no sepa, en el fondo del corazón, que el Uruguay nació a la historia como ‘Estado tapón’. Es un fantasma persistente, ni eliminable por las emocionadas acrobacias para censurarla de nuestra vieja historiografía. Es el saber de todos más intensamente reprimido, abismado en el inconsciente, por ser el más perturbador. (....)
El Virreinato del Río de la Plata, luego Provincias Unidas, también saltó en pedazos, por obra conjunta de la oligarquía porteña y los ingleses. El gran caudillo de la Cuenca del Plata y Protector de los Pueblos Libres, José Artigas, terminaba derrotado por las tenazas inglesas desde Río y Buenos Aires, y tras el breve período de la Cisplatina y la reincorporación de la Banda Oriental a las Provincias Unidas, se declara en 1828 la independencia del Estado Oriental del Uruguay. La historia fronteriza que teníamos se definía. Habíamos sido Banda Oriental y Provincia Cisplatina, dos posibilidades que nos eran esenciales desde el origen, que estaban ya en la pugna constituyente de la Colonia del Sacramento y Montevideo. (...)
El Uruguay no es hijo de la frontera sino del mar, y el mar era inglés. Este necesitaba una ciudad ‘hanseática’: Montevideo y su territorio.”
(Alberto Methol Ferré, “El Uruguay como problema en la cuenca del Plata entre Argentina y Brasil.” Montevideo, Ed. Diálogo, 1967)


“El descuido de lo social
Dos rasgos me rechinan en las tesis ‘nacionalista’ y ‘unionista’: su carácter excluyente y su total descuido por la posible incidencia de las tensiones sociales de los años 1820 sobre el proyecto independentista. (...)
‘Partidos’ y tensiones sociales
La Cruzada de los Treinta y Tres en 1825, obtuvo en la sociedad oriental un apoyo casi total –seguramente lleno de equívocos- porque logró concitar la desilusión de muchos ricos imperialistas cansados de la dominación militar brasileña que prefería a sus compatriotas en el reparto de tierras y ganados, las esperanzas de todos los ‘argentinistas’ en el nuevo y fuerte gobierno central rivadaviano que se estaba gestando precisamente ese año en Buenos Aires como garantía de orden y estabilidad política y social; y el ‘odio’ de las ‘clases bajas’ a los ‘usurpadores’ brasileños, quienes encarnaban la reacción social y la dominación extranjera, una combinación por lo general explosiva.
Lo que ocurrió luego –la caída de Rivadavia en 1827 y el renacimiento de la ‘anarquía’ en Argentina; las ambiciones de los estancieros porteños por las tierras orientales; el apoyo británico al independentismo oriental –provocó otro realineamiento de fuerzas sociales y políticas en 1828 y, entonces sí, todos terminaron apoyando la independencia absoluta, transformada por esas nuevas circunstancias, en garantía de estabilidad y control por los orientales de su propia riqueza.
Después correspondería a la sabiduría y el poder político de la clase alta jaquear el riesgo social por el que siempre había evitado convivir en un Estado soberano, sin un solo apoyo externo que la ayudara a mantener su ‘orden’, con las mayorías compuestas de tanto ‘fascinerosos’ que se sentían, todavía, artiguistas.”
(José Pedro Barrán, en Revista de la Biblioteca Nacional, Nº 24, 1986)



“Resultado de un conjunto de circunstancias históricas, el Uruguay nació como Estado sin reunir las condiciones suficientes y sin ser realmente independiente. La independencia no fue un acto sino un proceso, cuya parte fundamental se cumplió después de 1828. En su transcurso, el Uruguay se consolidó como Estado; esta consolidación se afirmó en el desarrollo de un sentimiento nacionalista que por el carácter y la escasa antigüedad de sus tradiciones, como por la pequeñez del país, sería sólo un nacionalismo moderado.”
(Traversoni – “La independencia y el Estado Oriental” en Enc. Uruguaya, fasc. 16. 1968)



“La independencia del Estado Oriental, estipulado en el Tratado de 1828, no es, pues, una fórmula artificiosa, fraguada en la dialéctica de las chancillerías rivales, sino la consecuencia necesaria de los hechos históricos y del espíritu de sus hombres desde el Cabildo Abierto de 1808 hasta las Instrucciones artiguistas del año XIII, y desde el desembarco en la Agraciada hasta la conquista de las Misiones.”
(Zum Felde – “Evolución histórica del Uruguay”. 1945)